Un gol que he vivido

Estimado Alfredo:

28 Noviembre 1.976. Estadi Nou Camp. Mi abuelo se me adelanta para bajar los escalones que llevan a sus asientos de la boca 29. Fila 21. En esos tiempos el terreno de juego estaba mucho más cerca que ahora. Cosas de las ampliaciones y el hundimiento del rectángulo para ganar localidades. Banco de madera listonada corrido a lo largo de la grada y números en blanco pintados en el respaldo igualmente de tablones de madera.

El líder llegaba al Camp Nou. El Valencia de Kempes, Diarte, Adorno y Rep, aunque éste quedó en el banquillo. El Barça, con Clares. La noche de Clares. Sus cinco goles. Pero el cuarto, ése no fue de él. Ese fue tuyo. Sólo marcaste uno más con la blaugrana. Y es el único de los seis, y de los muchos, que pasados 36 años recuerdo.

Centro de Reixach. Pasado. Muy largo. Por una vez, su derecha, más que un guante parecía una manopla. Ahí fui a las primeras filas de la grada para ver si llegaba ese balón. Y ahí apareciste tú. Alfredo Amarillo Kechichian. Uruguayo, acabado de fichar, ese verano, del Valladolid. Lateral o centrocampista zurdo, con esa media melena que se os exigía a los oriundos, acorde a la época.  Esa melena que hizo que me gustase el Atlético de los Ayala, Heredia, Marcelino,… Esa melena que núnca me dejaba llevar mi madre.

Ahí llegaste para impedir que me hiciera con el balón. Tu pierna izquierda se levantó por encima del nivel de tu cintura como no he vuelto a ver jamás hacer a nadie. El arco descrito se quedó grabado a cámara lenta en mi mente. El empeine impactando al balón, justo en el momento de máximo vuelo de tu pierna, en ése preciso instante en que el empeine forma el inicio de una línea recta con el marco. Esa centésima de segundo en que ocurre. Y ese obús entró por la escuadra contraria de la portería.

Y ahí me quedé, en primera fila de la gradería, lo más cercano al césped, con las manos adelantadas a la espera de que llegase ese balón para intentar cogerlo, condenado a perderse por la banda. Nunca te perdonaré que con tu gol impidieras que saliese por la pantalla blanca y negra a mis trece años.

A día de hoy, sigo soñando en ver algún gol así otra vez en el campo, en directo. Por si acaso siempre llevo un pañuelo a la espera de poder sacarlo como hizo mi abuelo ese día.