Trofeo Joan Gamper

Hace ya tanto que casi no me llegan los recuerdos. Tiempos en los que veraneaba en un pueblo con balneario venido a menos. Tiempos en los que las vacaciones duraban dos meses y medio para los más jóvenes de la familia. Tiempos que se compartían entre padres y abuelos. De piscina única en el pueblo, privada, con pista de tenis, sala de bailes y un sin fín de verbenas durante el verano. Empezaban con San Cristóbal y se extendían hasta la fiesta mayor en los últimos tres días del mes de Agosto. Entre medio, elección de “misses” y “pubilles”, disfraces, “quintos” y celebraciones de Santos.

Tiempos de repartidores de prensa, vermuts en la plaza del pueblo, partidas de cartas a la hora del café y excursiones en bicicletas BH u Orbea. Tiempos de amores veraniegos y besos a escondidas. Primeras lecciones de sexo impartidas por maestras lugareñas que nos daban sopas con hondas a los niños de ciudad. Tiempos de gigantes, cabezudos, bandas de música y “majorettes”.

Pero en ese mes de Agosto, sabíamos que teníamos dos días en los que regresábamos a Barcelona. Un martes y un miércoles. Dos tarde noche donde volvíamos al Camp Nou, a casa. Durante años con mi abuelo y mi padre. Luego con amigos del pueblo que buscábamos desesperados vehículo que nos desplazara hasta Barcelona, compartiendo vehículo normalmente con el aforo desbordado, cargados con fiambreras, botellas y alguna que otra bota de vino. Teníamos la fiesta del Gamper. El ver por primera vez al equipo que nos haría disfrutar o sufrir la temporada que iba a iniciarse. Hasta ese momento era una incógnita. No había presentaciones ni partidos de pretemporada televisados con anterioridad al Gamper. Era el pre-estreno de la función que en pocos días iniciaría temporada.

El Gamper lo jugaban 4 equipos. 2 partidos por día. Ocupabas toda la franja horaria desde las 8 de la tarde hasta cerca las 12,30 de la noche. Casi siempre con un equipo brasileño o argentino de los de relumbrón que luego sabríamos que habían venido de turismo y poco más. Los otros dos casi siempre europeos.

El primer partidos del martes importaba relativamente poco. Las gradas iban llenándose paulatinamente, sin prisas. Lo importante empezaba sobre las 22,30. Entre ambos partidos devorábamos las viandas alojadas en las fiambreras que habíamos preparado. Y así transcurrían los minutos hasta que al fín exclamábamos aquello de “ja tenim equip”.

Al día siguiente, miércoles se volvían a jugar dos partidos. El del tercer y cuarto puesto y la final. Otra vez mismo horario y mismas rutinas. Todo igual. Salvo la frase que se convertía normalmente en un “aquest any sí” después de la tambien usual victoria del Barça en la final.

Y así fue hasta 1.996. Ahí, las televisiones, la giras anteriores al trofeo y la necesidad de sacar dinero cambiaron la fisonomía del trofeo. Se redujo a un solo encuentro. El “ja tenim equip” se dejó de escuchar pues ya lo habíamos visto un montón de veces por televisión y aunque el “aquest any sí” aún se mantuvo por unos años, con el tiempo y las victorias también ha dejado de escucharse. Hoy el Trofeo Joan Gamper se ha convertido en una fiesta para turistas y no habituales de la casa, en la excusa para compensar un fichaje económicamente o directamente ingresar un buen dinero en las arcas del club.

Y así, de la misma manera que ya no frecuento el pueblo, con su balneario venido a mucho menos, con fábricas y talleres cerrados, con ínfulas de urbe en plazas, calles, iluminados, con piscinas y polideportivos municipales y sin banderitas de papel colgadas para celebrar las fiestas, me he ido alejando del Gamper. De ese torneo que en un pasado era una de las fiestas del verano.