Estimado “amic”
Le explico una anécdota que me contaron en el transcurso de una comida el pasado lunes. Me cogió tal ataque de risa que a punto estuve de clavar, cual saeta, entre los pechos de la señorita que tenía tres mesas más allá, acompañada de un casto varón setentero, la pata de la cigala que tenía en ese momento entre los dientes. Suerte del camarero, que presto y al tanto de la situación se abalanzó sobre la señorita impidiendo el cumplimentar la suerte de banderillas que me había propuesto. Un ¡Bravo! Se escuchó en la sala aunque no sepa si fue por la intervención del camarero o por una lectura en voz alta de los titulares de la prensa deportiva. En fín y en resumen, había malogrado mi seguro gol.
A lo que iba, que entre pecho y cigalas se me va el pensamiento y la olla. Pues, eso, que estábamos hablando del Barça o de empresa que a día de hoy es casi lo mismo. Ya sabe, ese tema que tomo como recurrente para cuando no hablo de política, cultura, arte, moda, sociedad, tráfico o tiempo, carteleras de televisión o incluso cine, básicamente mudo que así no se dicen barbaridades. Pues bien estaba yo ahí embelesado con los pechos de la señorita, digo con la conversación del caballero comensal, cuando mis oídos escuchan la palabra mágica. “Dircom”. Como se cuida usted bien y no atino a colocarle edad, le traduzco: “Director de comunicación”. Esas palabras acostumbran a ser mágicas. Pronunciarlas en cualquier reunión significa crearte tal ruedo alrededor que creen que eres poco menos que el anfitrión. Aunque eso es tan solo al principio. Luego, cuando te das un tiempo y cuenta, ves que al decir esas palabras mágicas esperan de ti que te conviertas casi en un “Arévalo” cualquiera. O un Millán Salcedo que para el caso es lo mismo.
Debíase creer mi compañero de ágape que eso no bastaba para sacarme de mis casillas, redondeadas y con volumen. 508,5 millones de euros más allá lo lograron. Créame, intente juntar las dos cosas en su mente, un “dircom” en una empresa que factura 508,5 millones, y verá como deja de mirar y ver re-pechos en su vida. Los ojos y las orejas como las del lobo de caperucita en versión manga.
Y ahí empezó mi calvario. Imagine la escena. Yo, con una la pata de la cigala en la boca y dos pechos como a 10 metros tras un escote pronunciado. Y a mi costado derecho el compañero de mesa contándome la historia del “dircom”. Dicharachero y rápido en palabras como es, que no en respuestas donde puedes pasarte días esperando, llegose un buen día a una redacción. Conocedor de los medios como pocos, que menos debe suponerse al cargo en una empresa de tal tamaño, solicitó le informaran quien radiaba en directo los encuentros del FCB. Ya conoce lo que ocurre en estos tiempos de crisis, los cambios, despidos, eres, hoy estás y mañana quien sabe. Pues eso debía pensar el caballero “dircom” (oiga, suena incluso bien, puede valer para tarjeta de visita). Hay que interesarse por los becarios que uno nunca sabe uno si pueden llegar a utilizarse, con perdón. Pues bien, hecha la pregunta, y viendo las miradas de los presentes, el flequillo se le puso a modo de visera. Horizontal. Su ADN, el suyo, no el que dirigió inexorablemente hacia la desaparición, debió perder la doble hebra hecha un madeja cual las de mi abuela en sus postreros años. Y es que, el caballero “dircom”, preguntaba por ese becario, acabado de empezar en el medio, con apenas singladura radiofónica. Un recién llegado, vamos. Joaquim Maria Puyal.
El resto, ya se lo he contado. Un Bravo general que rompió la magia y sirvió para que todo el restaurante se fijara en los pechos de la señorita. Alguno incluso se atrevió a adjetivarlos como Rakitic-os. Todo sirva para dejar de mirar.
Un abrazo “amic”